No sé por qué cuando estoy ante el mar, pienso en el amor. Y cuando vivo el amor pienso en el mar.
Hay algo que los identifica en su naturaleza intrínseca, en su fuerza vital, en el íntimo secreto de sus profundos abismos.
Como en el mar, se hace del amor una roca para morir siempre allí.
Como en el mar, se hace un murmullo constante para poder cantar siempre.
Y como en el mar, se hace a veces una corriente para que el amor fluya de un alma a otra.
O se queda todo apacible, para que cuando llegue la noche las estrellas se dibujen, se graben, igual que se prenden los besos en el alma de los hombres.
En el mar y en el amor a veces nos asomamos, y todo es turbio, impenetrable; y a veces todo es cristalino, limpio, se divisan cosas nuevas, distintas, excitantes.
En el amor como en el mar, se encierran muchos misterios… Las lágrimas de amor saben a mar y el mar en la boca sabe a lágrimas.
El mar no cabe en una medida, el amor no cabe en un concepto. Al mar no podemos abarcarlo por completo… al amor tampoco.
A veces el mar ruge. A veces al amor es un trueno.
A veces el mar es dúctil, blando, fresco. A veces el amor es tierno, acariciador, suavizante.
Nadie golpea tanto a la tierra para penetrar, como el mar. Y nadie golpea tanto el cielo para entrar en él, como el amor.
Zenaida Bacardí de Argamasilla